Meta en tiempos de Trump: ¿el adiós definitivo de los medios como árbitros de la verdad?
Bad Bunny, 17 canciones de su nuevo álbum en el top 30; los números del Juego del Calamar; TikTok apuesta por Lemon 8
Nota del autor: Ya se encuentra disponible el quinto episodio de La Sociedad del Contenido.
-¿Se acabó el problema de oferta insuficiente en las salas de cine?
-¿De verdad Terrifier tiene el potencial de convertirse en la nueva gran franquicia de terror?
-¿Cuánto paga un mexicano en promedio por ir al cine
Storybakers:
Ha ganado Donald Trump.
Ha ganado Elon Musk.
Ha ganado lo políticamente incorrecto.
¿Puede decirse, por tanto, que han perdido los medios?
La primera respuesta es que sí.
Que con el anuncio de Mark Zuckerberg respectó a que comenzará a prescindir de los fact-checkers para abrazar las notas de la comunidad al estilo X se ha cerrado tanto el último gran rol de los medios como una de sus principales fuentes de ingresos.
Que si la que en algún momento fue concebida como la carretera libre de información carece de filtros entre la verdad y la mentira, a los medios se les minimiza aún más de lo que han tenido que soportar.
Que la clase política ha ganado dado que ahora tanto ellos mismos como sus seguidores, reales o bots, podrán blandir su espada retórica, sin que existan contrapesos que limiten su alcance.
Pero a los medios este rol de árbitros que les fue dado en la era de las redes sociales nunca les ha venido del todo bien.
El fact-checker, por su propia naturaleza de observador supuestamente imparcial, ha de tomar decisiones que en alguien generarán inconformidad.
Aún cuando tuvieran la razón, los políticos como principales interesados y la audiencia convertida en seguidora más que en público objetivo apuntaban a los medios y fact-checkers como los representantes de una élite que pretendía controlar el discurso.
Los gobernantes, como siempre, han hecho lo que más convenía a su imagen e intereses.
Erosionaron de a poco el valor de la verificación de información hasta que lo convirtieron en una amenaza para la supervivencia de las redes sociales.
Twitter desde que se convirtió en X bajo el mandato de Elon Musk abrazó el concepto de libre expresión a grado tal que hoy cabe preguntarse si no debiera ser llamado libertinaje de expresión.
Meta, ante la sumisión generalizada de los multimillonarios en el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, ha modificado su discurso para ser Trump Friendly.
Nada de lo que ha dicho Zuckerberg incomoda a Trump.
Màs bien valida los dichos y hechos de los republicanos más extremos.
Zuckerberg no sólo se ahorrará el uso de los fact-checkers, también los pone en tela de juicio al asegurar que terminaron demasiado sesgados.
Que su objetividad en realidad no era tal dado que el sesgo era inevitable.
Que resulta más confiable adoptar los métodos de X.
El del uso de esas notas de comunidad para permitir que una publicación exista pero matizada por las advertencias de los propios usuarios.
Es, en cierto modo, como advertir que para las redes sociales ha comenzado la era Wikipedia.
Esa en la que se confía en que el conocimiento popular se encargará de editar la información del mundo en que vivimos.
Sólo que acá en tiempo real.
Sólo que acá impulsada por los algoritmos.
Sólo que aquí coexistiendo con discursos e intereses que no están solos.
Que vienen acompañados de ejércitos humanos y artificiales que intentarán darle uno u otro sentido a un mensaje que ha sido expuesto en redes.
El conocimiento popular es útil.
Frente a desastres naturales y denuncias de violencia o inseguridad, es recurrente encontrar en X valiosas acotaciones respecto a que eso que se está mostrando corresponde en realidad a un hecho pasado o a algo, incluso, que nunca ocurrió.
Quizás, sólo quizás, los medios en lo general y los fact-checkers en lo particular entenderán cómo cumplir parte de ese rol sin estar tan expuestos a los juicios y condenas de una sociedad polarizada.
En los últimos años, los medios intentaron ganar una batalla de la que no iban a salir bien librados.
No lo podían hacer dado que la mentira publicada corre más rápido que la verdad verificada.
No lo podían hacer dado que, en el caso de los fact-checkers, quien les estaba pagando tenía sus propios intereses.
No era el gobierno de siempre.
Pero sí los gobiernos tecnológicos que persiguen su propia agenda y conveniencia.
Este anuncio de Mark Zuckerberg hacia los fact-checkers y hacia la interacción que como sociedad tendremos en Facebook e Instagram nos traslada al pecado original de los medios.
El problema no es que Meta decida nuevos niveles de moderación en sus plataformas.
El problema es que la industria no confíe en su alcance propio y orgánico para seguir subsistiendo y satisfaciendo aquello para lo que fue creada.
Es válido aquí retomar el concepto de carretera libre de información.
Las redes, guste o no, tendrán la libertad (o libertinaje) como bandera.
Será la mayoría la que navegue en esa carretera relativamente libre de peajes.
Y como pasa en las carreteras entendidas como vías de transporte, la carretera libre no es tan confiable ni segura como la carretera de cuota.
Los medios, dadas las evidencias, habrán de atender y visibilizar las necesidades de esa audiencia que decida pagar un peaje.
Ese peaje no es necesariamente económico.
Es también aquella parte de la sociedad que se preocupa por dejar su correo electrónico para recibir un newsletter.
Es aquella parte de la sociedad que decide escuchar un podcast para entender a detalle lo que está ocurriendo.
Es la que se da el tiempo de poner YouTube en casa para informarse con su creador o periodista favorito.
En esta nueva era, con los multimillonarios arrodillados ante Donald Trump, los medios habrán de aceptar que no les corresponde moldear ni juzgar a la sociedad como un todo.
Que en realidad, nunca lo han hecho.
Porque los periódicos fueron siempre para unos cuantos.
Porque el consumo de noticieros, incluso en la era de mayor poder de la televisión, tampoco era para todos.
Y porque en estos tiempos convulsos, a cada medio en particular le corresponde agruparse con los suyos y hacer todo lo posible por sobrevivir y destacar.
Para seguir con las analogías, pensemos que las redes sociales son la plaza pública que el propio Elon Musk ha descrito para X.
Pensemos incluso que toda esa gente reunida en dicha plaza ha salido de sus casas despavorida por una contingencia, como cuando ocurre un terremoto.
¿Qué ocurre en esos casos?
Que la gente comienza a agruparse con los suyos.
Con sus compañeros de trabajo o con su familia.
Con sus amigos.
O con los medios de comunicación y creadores que considera que mejor lo representan.
Ese papel es el que les corresponde a los medios.
Menos protagónico.
Menos categórico.
Y también, en parte, menos egocéntrico.
¿Que qué opino de los fact-checkers que ahora estarán en riesgo por perder los ingresos que les generaba Meta?
Que los responsables son ellos por haber dependido de un solo cliente.
Y que el pasado reciente ya nos hablaba de que tarde o temprano lo que ha ocurrido terminaría pasando.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Story Baker para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.