López Obrador: la marca personal más poderosa de México
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Storybakers:
La historia reconocerá a Andrés Manuel López Obrador.
Se ha ganado a pulso su lugar en los libros de historia.
No se sabe aún si como buen o mal presidente.
Pero sí que lo hará como la figura política que mejor comprendió cómo crearse una marca personal que lo distinguiera del resto.
Su marca personal no sólo es poderosa entre la clase política de México y el mundo.
Una clase tan desprestigiada que resulta poca competencia para él a partir de sus indices de aceptación entre las clases menos privilegiadas de México.
Su marca personal es tan indestructible que podría calificársele como la marca personal más poderosa de todo México.
Es un tipo al que se le ha permitido todo.
Se le permiten las incongruencias.
Se le permiten las mentiras.
Se le permiten los abusos.
Y aún así concluye con niveles de popularidad históricos.
Porque su narrativa ha resultado consistente a lo largo del tiempo.
Porque supo hacer del “pueblo” su sello distintivo.
Y ha sido para ese pueblo para el que ha gobernado.
En muchos casos más con soluciones cosméticas que con respuestas profundas.
En muchos casos con más apariencia que realidad.
Pero siempre, de forma consistente, generándose un vinculo identitario con ese pueblo al que históricamente la clase política mexicana había menospreciado.
A López Obrador habrá que reconocerle su capacidad para instalar los mensajes que él consideraba prioritarios.
Ha sido tal su efectividad narrativa que instaló un chip en la sociedad mexicana para que nos quedáramos con lo que él quería.
A la gente, su gente, la calificaba una y otra vez como pueblo.
Comenzó por sus propios discursos para después convertirlo en un mandamiento dentro de su propio partido y entre sus funcionarios y propagandistas.
Si hablas de pueblo, hablas de López Obrador.
Y por tanto de Morena, aunque él no sea más presidente de México.
Si hablas de la clase media-alta, hablas de fifís.
De gente que quiere vivir de apariencias.
De gente que no entiende, según la doctrina de López Obrador, que la felicidad está en cubrir las necesidades más básicas.
Para sus adversarios tiene diversos pero reiterados calificativos.
Oligarcas, neoliberales, la mafia del poder, potentados.
Calificativos en serie que terminan quedándose como parte de la cultura popular mexicana.
La de López Obrador es una estrategia de confrontación absoluta.
Está el pueblo bueno del que forma parte contra la mafia del poder.
Están los datos de los medios y opositores contra sus otros datos.
Está el odio de quienes no entienden que México ha cambiado, según el propio López Obrador, contra el amor que le profesan los suyos.
Ha llegado a tanto la figura de López Obrador que se ha convertido en una especie de Dr. Simi de la política.
Si a los peluches del Dr. Simi los lanzan por entretenimiento durante los conciertos, a los AMLITOS se les abraza durante las fiestas patrias o durante sus discursos públicos.
A AMLO hasta el apellido le ayuda para situarse como una persona que hace, que cumple lo que se promete.
Es un honor estar con Obrador, dicen los suyos.
La colorimetría también ha jugado su papel.
No existe dependencia de gobierno que no esté impregnada del color guinda de Morena.
Hoy México es guinda.
Se le va más por las calles que al verde, blanco y rojo.
El que bloquea las calles para que pasen corredores y ciclistas los domingos porta el chaleco guinda de Morena.
El que te permite concluir con éxito tu trámite porta el chaleco guinda de Morena.
No hay forma de escapar al contundente hecho de que hoy México es de Morena.
López Obrador ha sabido también crear la televisión que en su momento visualizara Emilio Azcárraga Milmo.
A Azcárraga lo acompañó la frase en que reconocía que procuraba hacer televisión para jodidos.
Esa afirmación acompañada de otra más en las que calificaba a Televisa como soldado de PRI se encargarían de perseguirlo durante años.
López Obrador también ha hecho televisión para jodidos.
Lo ha hecho a través de las mañaneras.
Y lo ha hecho con muchas de las características de los talk shows que mejor ilustran la basura televisiva que durante años tanto rating le entregó a Televisa.
López Obrador es el presentador.
Desde ahí destapa los escándalos de quienes los critican.
Muestra las supuestas pruebas de la deshonestidad de los medios.
Exhibe, según su narrativa, a los corruptos que no quieren que México avance.
Tiene entre su audiencia, como los enmascarados que en su momento tenía Carmen Salinas en Hasta en las Mejores Familias, a personajes más propios de una comedia que de una conferencia de prensa.
Ahí está Lord Molécula pidiéndole que le firme una tesis que minutos después es desacreditada por la institución educativa para la que supuestamente había sido realizada.
Ahí está el ejército de youtubers que han encontrado en la adoración absoluta y en la propaganda una forma de hacer negocio.
En su despedida, el presentador tiene el gesto de rifar su reloj.
La prensa participa voluntariosa por ganarse ese recuerdo del presidente.
Para su despedida, López Obrador ha tenido los toques lacrimógenos propios de los más grandes dramas.
Primero con una animación que nos recuerda que hasta en eso López Obrador ha sido diferente.
Que mientras la caricatura política se fundamenta en lo grotesco y en lo ofensivo, un AMLO animado es tierno, afable y humilde.
Después con una sorpresa mucho más propia de La Casa de los Famosos que de la última conferencia de un presidente saliente.
Si a Mario Bezares lo esperaba su familia tras ganar la segunda edición de La Casa de los Famosos, para AMLO hubo una canción interpetada por Eugenia León y por su propia esposa.
Su capacidad para crear marca no se ha quedado en sí mismo.
Su gestión fue una más desde que habló de la Cuarta Transformación.
Es ahí, en realidad, donde nació el movimiento.
Y los medios se lo compraron.
Dejaron de hablar de un sexenio para hablar de una revolución que estaba en marcha.
Para la Cuarta Transformación hubo, además, una contracción que contribuyó a que se instalara en la memoria colectiva.
Es la Cuarta Transformación, pero también y sobre todo es la 4T.
El movimiento, de paso, contribuye a que el dedazo presidencial que llevó a Claudia Sheinbaum a la presidencia sea visto como una continuidad necesaria y celebrada.
Lo que viene, se asegura, será la construcción del segundo piso de la Cuarta Transformación.
La historia recordará a López Obrador.
No se sabe aún si como buen o mal presidente.
Pero sí que lo recordará como el político que mejor supo comunicarse con el pueblo de México.
Como el que mejor supo gestionar desde la narrativa el encono y la animadversión hacia los que más tienen.
La paradoja quedará ahí para siempre: el presidente del pueblo decidió vivir en Palacio Nacional.
Pero esa, como tantas, es una más de las incongruencias que se le permiten a López Obrador.
Porque a López Obrador todo se le perdona.
Porque López Obrador es el creador más poderoso de México.
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