La era del fanatismo: ¿la aliada perfecta de los populistas?
La IA en las elecciones de Estados Unidos; el pato Donald en Hot Ones; Mayonessa, canal de streaming para adultos con títeres; Betty la Fea sigue haciendo historia en Prime Video
Storybakers:
Son tiempos dorados para los populistas.
Son tiempos en que la sociedad se niega a cambiar de parecer por más evidencias que se le muestren.
Son tiempos en que las opiniones pueden más que los datos.
La Creator Economy abrió esa puerta al habilitar que cualquiera se convirtiera en medio de comunicación.
Pero aún entonces estaba esa verdad dicha por la persona como medio de comunicación en contraste con la industria de los medios que algo de peso tenía en la opinión pública.
Además, en la primera etapa de la Creator Economy no había tantos creadores especializados en un mismo tema como para hablar de una burbuja de la que el usuario o no quería o no podía salir.
La Creator Economy, sin embargo, ha derivado en la era de los fandoms.
Una tendencia en la que los usuarios consumen de manera voraz todo aquello que les interesa y que encaja con lo que ellos piensan.
Ya no es sólo el seguimiento a uno o dos creadores.
Es la conformación de un ecosistema de consumo en el que el usuario no escucha más que opiniones, ideas e informaciones que encajan con eso que quiere escuchar.
A ese respecto, hay un par de cifras del más reciente reporte de YouTube que ilustra aquello a lo que me estoy refiriendo.
Ha llegado a tanto la oferta de contenido que las personas cuentan con posibilidades de sumergirse en espacios de idolatría hacia un deportista, como lo vemos con Cristiano Ronaldo y los 46.6 millones de suscriptores que registra a 5 días de haber lanzado su canal en YouTube; hacia un artista, como lo vemos con el éxito inédito de Taylor Swift tanto en sus conciertos como en las salas de cine; y hacia políticos populistas, como vemos con comunidades que sostienen los niveles de aprobación pese a evidencias de corrupción, malos manejos y vestigios dictatoriales en sus decisiones.
No importa lo que digan y documenten los medios.
No importa lo que digan creadores ajenos a esa base fiel a un gobernante.
El 64% de la generación Z tiene decidido que conoce de mejor forma a esa figura que cualquier otro que pudiera opinar o informar al respecto.
Esa cifra que nos habla de inicio del descrédito que recibe de forma inmediata cualquiera que no sea parte del fandom se complementa con la que deja en claro que una experiencia de consumo o informativa no está completa hasta que se escucha la opinión de esos terceros que son fanáticos del mismo tema o persona.
La imagen habla de eventos de cultura y entretenimiento.
De Coachella, de los Grammy o de los Oscar.
Pero podría aplicar también para cada una de las controversias políticas que se generen en un país.
En México, por ejemplo, la base más fiel de Morena, el partido en el gobierno, no para de escuchar por qué sí debería seguir adelante una iniciativa de reforma judicial que carece de antecedentes de éxito a nivel mundial.
Esa base escucha a los distintos funcionaros promoviéndola.
Pero también a creadores que tienen por sistema la defensa de cualquier iniciativa emanada del gobierno de López Obrador y sus militantes.
El aislamiento en ese ecosistema de fanatismo no es una práctica menor sino una muy arraigada que conforma la dieta informativa e ideológica de las personas.
Un 87% sigue a otros fans que hacen contenido sobre la persona cosa de la que son fans cuando menos de forma semanal.
Si eso lo llevamos a la política, los usuarios no buscan a quien les informe sino a quien respalde al político de su elección.
En Estados Unidos, por ejemplo, la Convención Demócrata tuvo como grandes protagonistas a más de 100 creadores que recibieron trato semejante al de los periodistas.
Pero con la diferencia de que estos pueden actuar abiertamente como fans mientras que sobre los periodistas aún se atribuyen requerimientos de neutralidad y formas de comunicar.
El peso del éxito en redes sociales ha sido objeto de debate en los últimos tiempos.
No siempre el impacto en redes ha derivado en el triunfo electoral.
Ocurrió en Colombia con el éxito de Rodolfo Hernández en TikTok que no concluyó con la victoria en las urnas ante Gustavo Petro.
Ocurrió en México con Marcelo Ebrard como el referente político en TikTok sin que ello lo llevara a ser elegido como candidato presidencial de su partido en vez de Claudia Sheinbaum.
E incluso ocurrió con el boom pasajero de Xochitl Gálvez cuando fue revelada como la candidata de oposición frente al gobierno de Morena.
Pero hay otros casos que sí que dejan claro el impacto de las redes.
Ocurrió con Donald Trump y su uso de Twitter para llegar por primera vez a la Casa Blanca.
Ocurrió con Javier Milei y su triunfo en Argentina.
Y sigue ocurriendo con el show mañanero de López Obrador que pretende continuar Claudia Sheinbaum.
Cuando se instalan en el poder, las redes sociales se convierten en las grandes aliadas de los políticos populistas.
No es que vayan a ganar adeptos.
Es que amparados en esa mayoría en las urnas, crean el ecosistema necesario para que sus mensajes se repitan una y otra vez.
En la era de los fandoms, el poder de los medios para documentar actos de corrupción y potencialmente modificar las preferencias ele torales se ha diluido.
En parte porque no son protagonistas de la dieta de consumo de los usuarios.
En parte porque se enfrentan a una audiencia que no está interesada en cambiar de opinión.
Que vivirá creyendo que sabe más de ese político al que siguen que lo que puedan decir los hechos, las evidencias y las opiniones de terceros.
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