El imperio mediático de Paris Hilton: el modelo de las 3 Cs
El primer episodio en vivo de Chisme Corporativo; los números de Squid Craft Games 3; LaLiga se transmitirá en trenes; los podcasts más escuchados de Apple
Storybakers:
La respuesta puede estar en el materialismo.
Mientras la fatiga de las suscripciones es una realidad, la sociedad quiere acumular cada vez más.
Devora experiencias.
Agota productos.
Está dispuesta a lo que sea con tal de ser parte de una tendencia.
Ese consumismo sin límites se produce hasta cierto punto con el contenido.
Pero mucho más bajo una dinámica de hallazgo casual que de deseo desenfrenado.
El materialismo se construye a partir de la aspiracionalidad.
De tener acceso a lo que los demás no.
De poder mostrar un status a partir de lo que se tiene.
El contenido, por su dinámica de gratuidad a manos llenas, rara vez logra colocarse como una prioridad para las personas.
Están ahí los casos contados de éxito.
Está el New York Times como la gran marca para que un usuario sienta que está informándose con el medio más reconocido del mundo.
Están los medios de comunidades especializadas a los que nos suscribimos tanto para saber más como para efectos de networking y entendimiento de la industria.
Pero en términos generales ha quedado claro que el contenido en sí mismo no es tan poderoso como un producto o una experiencia.
Pasa que por más que se le quiso atribuir valor al contenido digital a través de los NFTs, nunca ha sido suficiente para transmitir pertenencia.
Pasa que aún si se decide invertir en una pieza de contenido exclusiva, hay en el entorno cualquier cantidad de contenidos que se asemejan hasta hacerla indistinguible.
Las experiencias y los productos, en cambio, presentan esos beneficios de la aspiracionalidad que devora la sociedad.
Una experiencia es una invitación directa a publicar una Story.
Una experiencia es por su naturaleza misma una actividad dirigida a sólo unos cuantos.
Con el producto se alimenta el sentido de pertenencia.
Un producto se tiene.
Un producto se usa.
Un producto se presume.
Un producto es un item que se añade a nuestro catálogo de propiedades.
Por eso es natural lo que escribía ayer de los content creators convirtiéndose en IP Creators.
Por eso es natural que uno de los medios más exitosos de nuestros tiempos sea el de Paris Hilton.
Existen para ella tres fundamentos: Content, Community, Commerce.
En ese rubro alcance niveles de maestría.
Hace tres años lanzó Cooking Paris en Netflix.
Más tarde realizó el lanzamiento de su propia línea de cocina en WalMart.
Desde entonces sus ventas no han hecho más que crecer.
Proyecta, de acuerdo a Axios, ventas por 100 millones de dólares para el 2025.
Se estima que cerrará este año con 50 millones de dólares en revenue.
El modelo de 11:11 amerita un profundo entendimiento por parte de la industria.
Habla de ser una empresa de entretenimiento global de nueva generación.
De estar en el centro de la cultura conectando Comunidad, Contenido y Comercio.
El de la cocina no es sino sólo uno de los rubros en que Paris Hilton ha decidido incursionar.
Destaca una aproximación en la que entiende que ella misma es protagonista de múltiples nichos.
Y que esos nichos con el aliado correcto fortalecen el “Sliving Mindset” que ella misma ha construido para referirse a vivir la mejor versión de su vida.
Aquí la frase que soltó Rachel Webber, Chief Brand Officer de 11:11 a Sara Fischer.
"Our audience is many demographics with a shared psychographic of wanting to live your best life. Our categories tend to target different demos, and we can do that through partnerships."
Si bien 11:11 tiene a una de las grandes influencers a nivel mundial como punto central, los medios y creadores en su debida proporción están en condiciones de replicar el playbook.
O incluso de revertirlo.
¿En verdad es necesario que el contenido vaya antes que la comunidad y el producto?
¿Puede alterarse ese orden para que el producto ocurra primero?
Pensemos, por ejemplo, en el éxito viral que hace unos años tuvo la chamarra de Mexico is The Shit.
La chamarra fue a dar a manos de celebridades.
Se convirtió en un statement de un México deseoso de hacerle ver al primer mundo que encajaba en él.
Fue un movimiento social a través de un producto.
De haberlo continuado, ese producto podría haber sido acompañado de contenido.
De un podcast contando las grandes historias mexicanas.
De una serie de documentales pensados para plataformas de streaming o dentro de YouTube.
Con los escritores se podría decir que ocurre un proceso semejante.
Un escritor publica un libro.
Es contenido, sí, pero es sobre todo un producto que sale a la venta al público.
El público adquiere un producto.
En caso de que le guste, se convierte en comunidad de ese autor.
Y a partir de ello el autor puede optar por desarrollar más libros o por generar otro tipo de experiencias y servicios.
En una era en que se complica dar el justo valor a las métricas digitales, los KPIS enfocados en comunidad y producto aportan mucha mayor certeza.
Lo sabe Paris Hilton con 11:11.
Lo saben ahora los lectores de este newsletter.
Es cada vez más difícil que la gente pague por contenido.
Paga, si acaso, por un grupo de contenidos, en una plataforma.
Pero no es tan difícil dar con un producto que se convierta en un gran negocio.
Y a partir de él, construir un ecosistema.
En un mundo saturado de contenido, quienes sepan transformar productos en narrativas y narrativas en comunidad serán quienes lideren la próxima generación del consumismo.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Story Baker para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.