Del Pingüino a Elon Musk: cómo cubrir a los villanos
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Nota del autor: Dentro de ese parque de curiosidades bajo el que decido operar en mi día a día, he lanzado El Post, un medio pensado para IG Stories desde mi cuenta personal en que compartiré mis opiniones sobre los temas que me interesan. Sean o no relacionados al contenido. Pueden ver aquí el primer ejercicio.
Storybakers:
Tres elecciones después los medios no han entendido cómo cubrir a Donald Trump.
No han podido, tampoco, reducir o mermar la idolatría que despierta Elon Musk.
En las series y películas, los últimos grandes fenómenos o son villanos declarados o tienen sus partes muy grises.
Ese abrazo al lado oscuro se materializa hasta convertirse en preocupación con el interés que despiertan las narcoseries.
En Narcos pudimos comprobar que Pablo Escobar es un personaje que despierta interés más allá de la condena.
En la serie del Chapo, aunque fuera sólo en el marco de dicha producción, no era difícil expresar cierta simpatía hacia lo que hacía con tal de mantenerse vivo.
Con el Joker hasta antes de su segunda entrega hubo una especie de abrazo a las razones por las que terminó convirtiéndose en lo que es.
Con el Pingüiño ocurre exactamente lo mismo.
Durante los 8 episodios es imposible evitar cierto nivel de simpatía.
Es cierto que la simpatía se evapora episodio a episodio hasta llegar a un punto de no retorno en la percepción de la audiencia.
El mismo Colin Farrell advirtió que si después del último episodio de la primera temporada no había más que odio hacia el Pingüino algo teníamos que repensar como sociedad.
Pero el atractivo de los villanos va más allá de si nos agradan o nos desagradan.
Sus historias resultan complejas.
Son tan tridimensionales que de uno u otro modo la audiencia se termina enganchando.
Algunos, como ha ocurrido con el perfil de políticos como Donald Trump o Javier Milei, los convierten de plano en héroes y referentes de los nuevos tiempos.
Otros, como también ha ocurrido con ellos mismos,. los miran como máximos símbolos de lo que no debería verse ni apoyarse en este mundo.
Pero el sentido de la opinión importa mucho menos que la trascendencia que alcanzan.
Hoy a los superhéroes es difícil adorarlos por lo predecible que resulta su naturaleza.
En muchos casos, además, esa falta de realismo humano se justifica con que en realidad no son humanos.
Como pasa con Superman.
Ese icono de los cómics que en estos tiempos padece para enganchar emocionalmente a la audiencia.
Por eso Batman como antihéroe llega a cautivar.
Por eso Deadpool, aunque sea a través de la comedia, se ha convertido en algo más que lo que se solía construir desde Marvel y DC.
En la política ocurre lo mismo.
Los mismos perfiles de siempre han dejado de funcionar.
Primero porque en realidad nunca fueron garantía de que algo cambiara para bien a nivel social.
Después, porque esas figuras, con resultados iguales o peores que estos personajes oscuros que asumen el poder, no tienen una narrativa que impacte.
Dicen lo que se supone que deberían decir.
Hablan como se supone que deberían hablar.
Pero no generan conversación.
No dan nota ni en redes sociales ni en los medios.
La pregunta hacia el futuro inmediato pasa por preguntarnos qué podrían hacer los medios para contar mejor los grises y los negros de los villanos.
Y también por hacernos esa misma pregunta cuando se trata de cubrir a los políticos tradicionales sobre los que no hay cuestionamientos tan incisivos como esos que han hecho del escándalo y los ataques una forma de vida.
Hollywood nos demuestra que la tendencia está ahí.
Que son tiempos de abrazar la controversia.
De reconocer los hechos y las causas del porqué las personas actuamos como actuamos.
Que hoy se puede sobresalir sin encajar en el deber ser.
La política ratifica que hoy a nivel social tenemos un apego por lo que antes se prohibía.
A los medios y al periodismo les corresponde generar narrativas justas en ambos sentidos.
Visibilizar, por un lado, la vileza y lo siniestro de esos que con sus palabras y hechos llaman al odio.
Pero también visibilizar por qué deberían importarnos figuras que no siendo tan taquilleras debieran ameritar una cobertura mucho más allá de la evidencia de lo que digan.
Sobre todo porque ante el micrófono evitarán ser estridentes.
Sobre todo porque si nos basamos sólo en sus apariciones públicas, tendremos personajes vacíos que seguirán naufragando.
A los medios les corresponde intentar encontrar un lugar equilibrado en la cobertura de los que para bien y para mal consideran villanos.
Pero también encontrar un lugar equilibrado para visibilizar lo más oscuro de esos que navegan con bandera de limpieza, rectitud y desinterés en la polémica.
Son tiempos de villanos.
Más vale que los medios y el periodismo logren dar con la tecla.
De lo contrario, los otros perfiles seguirán desapareciendo del mapa.
De lo contrario, los villanos seguirán provocando que los medios pierdan la poca credibilidad que les queda.
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